POESÍA:
Canción de la loca de Washington Square | |
El adiós de Elsa | Mar sorda |
Canción de una bambalineera | Sol azul |
Elegía a un neanderthal | Quijote urbano |
Canción de la loca de Washington Square Park
Una muchacha de ojos alunados
hace jogging por la linde azul de un sueño,
y una ambulancia,
ojos de pulpo afarolado,
la acosa a lo lejos.
Dejadla,
es la loca de Washington Square,
con suéter negro
y medias de Arlequín.
¿No la veis corretear
bajo guiños publicitarios?
Olvidadla.
Es una luna transeúnte
paseando su utopía
en un viaje sin retorno.
Vagabundos sin techo
la miran sin verla.
Es la sílfide fugaz
de un Harlem blanco
que no cotiza en bolsa.
Dejadla.
Auriculares
pegados a las orejas
mecen su extravío
con violines de ordenador.
"Me voy a suicidar",
thanks very much!,
contesta un viandante
de la urgencia
con esmoquin de humo.
Viaja con su sombra
y relumbra
como un sol de noche
la paloma sin alas
de Washington Square.
El Adiós de Elsa
¿Qué fue lo que pasó?
Dile a tu paloma
que nubarrón eclipsó
tu ensueño de crear.
Somos dos luciérnagas sin cerillas
bajo un bosque de hojas impresas.
A veces soy un libro en blanco
y tú una pluma zigzagueante
y tu tinta me embriaga y fecunda
y me hace alumbrar versos
delgados como hilos.
Si te desmoronas,
no hay alondra que vuele,
ni aurora que relumbre
en las espaldas del mar.
Aquí estás, con tu copa,
con tu lápiz afilado,
a la caza de una idea,
de un verso irisado y
ligero como el humo.
Aquí, en mi huida,
está el compañero de viaje,
el amigo de lecho y tertulia,
el que me da la mano
cuando no la pido,
el que fecunda de sueños
mis noches de insomnio.
Ese eres tú,
diseño carnal de mi mejor utopía.
Ese eres tú,
el viajero solidario
en mis travesías a lo oscuro.
Ese eres tú,
sonrisa que no falta
cuando la lágrima
impone su estado en sitio.
Ese eres tú,
aunque sólo seas el espejo aliado
donde nunca asomarán
los fantasmas que me acosan.
Mar sorda
Era el 31 de marzo de 2005.
Que nadie suprima esa fecha
en la agenda de la memoria,
que nadie la entierre en el
trastero de su conciencia.
Dejadme cantar una crónica,
dejádmela contar,
una odisea sin Homero,
sin épica, en voz baja,
un episodio sin un Ulises
fecundo en ardides,
pero con un eco de sirenas
originario del primer mundo.
Sucedió en el sur, gaviotas de
la libertad fueron testigos,
en el sur de la isla de Hierro,
en las Islas Afortunadas,
en una frontera insalvable
donde Neptuno agita las olas
y propicia los remolinos.
En ese vértigo de vientos y mareas,
veintidós hijos del hambre
se agazapaban en una patera,
en una caja sin brújula,
a la deriva, en un océano
con un abismo de ahogados
alfombrado su lecho.
Son de Gambia, Mali, Senegal,
hormigas subsaharianas
sin norte, sin saldo bancario
ni techo digno de tal nombre.
Al inicio de la travesía eran
treinta y ocho los navegantes
en manos de la esperanza,
treinta y ocho sueños
extraviados en medio de un
mar de peces espantados.
He aquí la crónica:
cifras, números, dígitos,
abstracciones de humo.
Algunas mujeres, dos niños
incrementan ahora el censo
en el cementerio de coral.
Podían ser más.
Lo evitó un ángel de los
arrecifes disfrazados de capitán
de un barco de atunes.
Desde la proa, en sus prismáticos
se dibujó una vez más un destino
aciago de viajeros sin papeles.
La marinería olvidó los atunes
y se lanzó sobre la barca para
salvar los restos del naufragio.
Qué óleo junto al timón:
marineros sollozan en
la cubierta del barco
ante el drama que nunca
debió subir a escena
ni alumbrar el sol.
¿Para cuándo el himno
al soldado oceánico?
¿Para cuándo el busto,
la luz boreal y llameante
del pescador solidario
en el océano indiferente
de la existencia?
Les ha salvado su edad,
el vigor de su naturaleza,
reza el parte médico.
Diagnóstico escueto.
A los buscadores de futuro
los salvó la marinería andante
que en potros de espuma
asumen su compromiso
cabalgando por las cuatro
esquinas de la mar.
Canción de una bambalinera
En un viejo café,
música arrabalera,
disfraza su pena
una bambalinera.
En un café del ayer,
evocando sus andanzas,
una actriz sin papel
se pierde en un aire,
baile de añoranzas.
Una lágrima cae,
un suspiro la encadena,
y el pulpo de la escena
la envuelve en una red
por orden de Atenea.
En un viejo café,
música arrabalera
mientras a Ofelia,
un eco de histriones,
dolor de acordeones,
su deber le recuerda.
Sol azul
La aldea global retuvo el aliento
ante la magnitud del suceso:
lo protagonizó la casa Sotheby’s
en una subasta de vértigo
con un anillo de leyenda.
Es un sol azul, un diamante dormido
en andamios cegadores de platino.
¿En qué cielo orbitará el astro?
Si la joya de 5,67 millones volara
hacia territorios de hambre,
el viento detendría el paso
para oír en el horizonte
el latido de la esperanza.
Elegía a un neanderthal
Neanderthal, amigo,
qué fue de ti,
neanderthal querido.
¿Qué enigma en el tiempo,
qué lechos de grava y polvo
impiden que tu fósil hable?
¿Quién eres?
¿Un homínido amable
a quien la selección natural
lo dejó fuera de combate
o un hermano de ese amigo
desleal con las diferencias
y maestro de depredadores
llamado homo sapiens?
Quijote urbano
Y no habrá quijote urbano
que me quiera dar la mano
y el hada de la tecnología
será mi dama de compañía.
Y arlequines sin sombrero
me escribirán sonetos.
Y saxofonistas de café
me nombrarán musa de té.
Y en los pentagramas más
locos las notas bailarán
de gozo. Y una acróbata
irá de parto y un mimo
me regalará un lagarto.
Y la juglería posmoderna
irá conmigo de merienda.
Y el verso esdrújulo
se llenará de júbilo.
y el alejandrino me
subirá en su carroza y
me ofrecerá una rosa.
Y un hongo marino
y una rana liberal
me escoltarán al altar.
Seré tan feliz que
un pájaro operístico
me grabará un disco.